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La Pelada no sólo no se fue, sino que además, se instaló en la casa.

La situación se tornó bastante incómoda, y empeoró aún más cuando sus catorce "wachos" descubrieron en dónde estaba viviendo, teniendo la maravillosa idea de mudarse con ella.

Camila, que aún conservaba su estabilidad mental y emocional, con una paciencia envidiable hasta para un monje budista, fue disciplinando a nuestros bárbaros compañeros de piso, para convertirlos en reyes y reinas de construir matrioskas de objetos por todos lados.

Se tomó el trabajo de diseñar una planificación educativa meticulosa y exhaustiva, que logró superar cada obstáculo del camino hacia la civilización.

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Cuando quisimos acordar, teníamos un ejército. 

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Al fin y al cabo, la resignación nunca es una opción.

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