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Todo lo opuesto a los ideales de belleza. Había sido bautizada con ese apodo por tener cerquillo al frente, y el cuero cabelludo a la vista en el resto de su cabeza. Su rostro estaba decorado con dos estrellas tatuadas alrededor del ojo y ensordecía  a quien la escuchara con una voz que hacía sospechar de alguna falla anatómica en su lengua o sus dientes. Su forma de caminar era inquietante, similar a la de un flamenco, y el olor a días de transpiración disimulado con un perfume hediondo, no hacía más que perturbar a quien se acercara. 
Quince minutos a su ritmo equivalían a un par de meses de cualquier mortal. Con sus cortos veinticinco años y lo que a primera impresión podrían parecer pocas ganas de ahondar en los intrincados caminos de lo que es ser humano, La Pelada exprimía cada segundo en su vida como si fuera la última gota de la última naranja del último árbol. Actuaba impulsivamente, acorde a sus deseos inmediatos. Al contrario de lo que podría esperarse, su insensatez no parecía tener consecuencias negativas. Una vez, la vi comerse una porción de pizza de un grupo de amigos que estaba cenando en La Tía Borracha, el bar de enfrente, y darle un beso en la boca a un señor que venía caminando con su novia. Los amigos la convidaron con cerveza, y la pareja la invitó a una cita triple.

La pelada desde afuera: Image
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